"Una catenaria es la curva que forma una cadena que se sostiene por sus dos extremos, situados en la misma vertical, con la masa distribuida uniformemente y sometida a la gravedad. Desde hace muchos siglos, los matemáticos se sintieron atraídos por la forma que adoptaba la cuerda o la cadena al soportar su propio peso. Galileo o Leonardo da Vinci desarrollaron estudios sobre esta forma. Invertida, hace posible el arco en arquitectura, tan presente en la obra de Antoni Gaudí.
El protagonismo de esta figura en una de las series de la obra de Nuria Melero (Barcelona, 1974) nos desvela muchas de las ideas que ha ido hallando a lo largo de su proceso creativo. Es difícil saber cuál es la imagen, la visión o la revelación que actúa como pulsión que impele al creador a la producción artística; como tampoco se puede detectar con claridad en qué momento aparece esa imagen tan poderosa. Nuria Melero la busca en un ejercicio que lleva al extremo las capacidades expresivas del grabado (generalmente utiliza procedimientos no tóxicos), una técnica –que a la vez son muchas– en la que encontró su lenguaje. Las formas geométricas están presentes ya desde sus primeros trabajos. Como el exlibris con el que reclamo de mi propiedad algunos libros y que muestro consciente de mi privilegio. En él, como la cadena suspendida entre dos puntos, los rectángulos y círculos imperfectos descienden por el peso de la gravedad en un espacio reducido. Una verdadera y enigmática lluvia de pequeños objetos que encierran el mismo misterio que los libros con los que he ido formando mi biblioteca.
Si esta artista encontró el lenguaje en el grabado, en la evolución de esa comunicación se ha aferrado a las formas geométricas para convertirlas en las señales con que compone su alfabeto. Señales no exentas de cierta violencia que arañan la plancha. Con ellas, balbucea las palabras incipientes que después la técnica –mediante ese momento casi mágico de la estampación– se encargará de articular en un verdadero discurso. Como en el exlibris y como en la catenaria, todas esas formas están sujetas a un poder de gravitación ignoto y arcano. Esa fuerza atrae también al observador porque antes la ha sentido la artista, quien ha querido compartir el vértigo que a veces provoca el asomarse a alguna verdad. Las formas no sólo adquieren su apariencia por el trazo del dibujo o por la intervención sobre la plancha, sino que la combinación con la tinta y con el papel acaba determinando la textura de superficies que son territorios que a la vez que se crean o se descubren como en una epifanía, también se castigan y se ensucian. Como si la mirada de la observadora que es la creadora no pudiera resistirlo, como si hubiese que enmascarar el secreto revelado sin querer.
Este ir y venir contradictorio y paradójico supone uno de los principales atractivos de la obra de Nuria Melero. Sus grabados nunca son el producto definitivo de una plancha acabada con la que produce una serie de estampas. Las suyas son obras únicas sobre las que vuelve constantemente en ese empeño por llevar al extremo las capacidades expresivas del grabado al que me refería antes. El punto de partida acostumbra a estar en los dibujos que realiza en la terraza de su casa con cera, lápiz, colores y tintas. Después traslada las formas a la matriz, para que el aguatinta o el aguafuerte modulen la voz que se empieza a intuir. Utiliza una media de tres o cuatro planchas para cada obra. En los últimos años ha incluido también la estampación digital, la impresión láser y la utilización de planchas oxidadas por el mar que ella misma sumerge y esconde. Es así como ha conseguido esas texturas que percibimos como territorios llenos de misterio, planetas, soles, asteroides o simplemente materia que atrae la mirada con su propio poder gravitatorio: una verdadera cosmogonía que sin pretender explicar los orígenes del mundo sí reflexiona sobre el movimiento, la energía y la materia a que se reduce la Naturaleza.
Aunque las suyas son obras únicas porque, como ella afirma, tiene serios problemas para saber cuándo están acabadas, su insistencia sobre los mismos elementos da como resultado diferentes series de trabajos. No son tiradas tradicionales de estampación, sino obras que están en un evidente diálogo: variaciones sobre un mismo ejercicio, como palabras que se entonan con voces diferentes. En la reiteración o repetición tan propia del grabado pero que Nuria Melero interpreta según su propia investigación, el color también desarrolla una función fundamental. Si Machado escribía “yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas”, algo parecido podría decirse de la relación que la artista mantiene con el color. Con el mismo afán que ha explorado los matices que aporta el aguafuerte, la estampación digital o la oxidación marítima sobre la plancha, su experimentación con la presencia de los colores puede considerarse, como mínimo, agitada. Hay series en las que la reducción al blanco y el negro nos advierte de la sobriedad a la que se somete la investigación en su búsqueda de la esencia de la geometría, que no es otra cosa que la combinación de las fuerzas que curvan o tensan las líneas con que se dibuja nuestra realidad para aprehenderla. En ocasiones, el color aparece para suavizar la violencia de los trazos con los que se ha vulnerado la plancha y el papel: colores amables y optimistas. Y en otras ocasiones el exceso de pigmentos se convierte en la principal agresión que la propia creadora quiere infligirse. Entonces, como la forma de la catenaria invertida, una vez alcanzado el punto más alto, comienza el descenso. Ahí reside el equilibrio que tan afanosamente ha buscado la artista y que, a juzgar por sus últimas piezas, parece haber encontrado.
Dice Nuria Melero que con frecuencia aspira a encontrar el grabado que se acerque más a la frescura del dibujo inicial: uno de los que hace en la terraza de su casa, mientras Nofre, su hijo, está con ella también dibujando o jugando. Esto podría entenderse como un deseo de volver al inicio: el círculo sería perfecto y acabado si los dos extremos de la cadena consiguieran unirse y la fuerza de la gravedad fuera otra, pero entonces ya no sería una catenaria."